Cuando hacés deporte desde los 8 años y nunca te has roto un hueso, no entendés qué es una lesión.
Cuando nadaste hasta la semana 39 de tus dos embarazos, no imaginas qué significa una imposibilidad física.
La lesión llegó en el que yo visualicé mi mejor momento deportivo. Estaba dedicando más tiempo a correr, tenía constancia en el gimnasio, mi nutrióloga me encontraba óptima y mi masajista también.
Era mi segundo Boston y trataría de romper mi marca previa.
Aunque estaba en un equipo, hice muchos entrenos sola, corrí más kilómetros que en ningún otro ciclo e innové en muchos puntos.
El amateurismo por momentos te muestra el camino de la mano de otros que ya lo transitaron, y por momentos te deja sola con decisiones nuevas, instintivas.
La lesión llegó en el kilómetro seis.
Al principio sentí mi pie cerca del cemento y pensé: mis tenis de maratón no traen floofy.
En el 8 la molestia no se quitaba, era en la planta del pie: pensé que debía ser un calambre, algo nuevo para mí y cambié la pisada para poder continuar.
En el 10 ya estaba neutralizada la incomodidad y decidí seguir el plan, si algo sabemos de Boston es qué hay que llegar enteros al kilómetro 26.
En el 23 comenzó a llover y mis energías pensaban solo en el 26.
Un maratón es un plan que se parte en etapas y durante la ejecución se compone de pequeñas decisiones sobre el plan original, en cada kilómetro. Cada cinco, cada diez, cada pendiente, cada cambio de viento, cada puesto de hidratación, cada vez que defines por donde tomar una curva, por donde rebasar a quien tienes adelante y cómo seguir el ritmo del que te inspira en el camino.
Los parciales entre el 26 y el 29 eran peores que los de mi año anterior: pero ¿cómo podía ser si estaba más preparada?… la lluvia, seguro era la lluvia.
Pasé la rompecorazones. Después de esa cuesta ya nada importa.
Sólo quedaban 5 kilómetros, con eso terminaban cinco meses de plan corriendo en tres países, cuatro sin tomar alcohol, tres sin probar harinas procesadas, tres sesiones de pesas a la semana y un masaje cada diez días. Geles en cada distancia, dominando CU y seis meses sin subirme a la bici para cuidar las piernas.
Cinco kilómetros finales para disfrutar y correr, sólo correr.
Doblé en la última esquina de Boston, vi la línea de llegada, levanté los brazos y floté.
Un unicornio más, siete minutos menos que mi mejor marca: tenía un nuevo PR.
Hablé a mi coach y le dije: Ale, gracias. Tuve un calambre en el 6 y no pude salir hasta el 10. Tengo que aprender a ser más lineal mentalmente. Me respondió: los calambres no son mentales, felicidades, disfruta.
A partir de ahí disfruté, abracé, lloré y la hipotermia llegó antes de lo pensado.
A partir de ahí comenzó un proceso que no sabía a dónde me traería, pero me abrí a eso con dos metatarsos fracturados en el kilómetro seis.
La lesión me acercó más a mis deseos genuinos. Me conectó con la creatividad, la meditación y el yoga.
La lesión fue un proceso de auto-cuidado milimétrico, mientras el 99% de mi cuerpo permanecía saludable.
La lesión hizo que no corra por tres meses.
La lesión no me trajo ninguna lección.
Las lesiones no suceden para “que recuerdes”, para que “entiendas”. No te dan “un aviso”, ni son para “aprender”.
Las lesiones sólo suceden.
Y se curan.
Y está bien.
Sobre el Autor
Valeria Casenave
@valecasenave
Deportista por herencia familiar.
Hago contenidos de impacto.
🇦🇷 con quince años viviendo en 🇲🇽
Empresaria.
Maratonista: 3:18:28 🦄🦄